Me llevaba el dedo índice a los labios para indicarle a mi familia que guardara silencio, acercaba una grabadora al altavoz del televisor y grababa programas de música en una cinta de casete.
La cara A y la cara B del casete pronto se llenaban con mi música favorita. No podía comprarme otra cinta porque mis padres no me daban paga, así que tenía que elegir entre grabar la música nueva encima de la antigua o no volver a grabar canciones en la misma cinta para que no se borraran las anteriores. A veces me costaba mucho decidirme...
Si la cinta tuviera voluntad propia, es decir, si respirase por sí sola, ¿cómo podría vivir con una memoria tan limitada? Así fue como se me ocurrió la idea que dio lugar a este cuento.
Si el anterior, El cielo estrellado del doctor Ink, era una historia oscura, esta vez quise escribir un cuento lleno de luz. Una vez decidido el rumbo que quería tomar, Zip y Candy, los protagonistas, empezaron a andar y a hablar por sí mismos, y yo me convertí en un simple escribano de sus aventuras.
Al final, Zip se muestra dispuesto a superar todas las dificultades para no separarse de ella. Este cuento es un regalo para los que pensáis como él.
Para mí, superar juntos las adversidades es algo extraordinario.
Epilogo de Akihiro Nishino