En 2018, España ya ocupa el segundo puesto del ranking mundial de países y esto tiene un impacto cada vez más visible en las economías urbanas y en las ciudades. Sus centros históricos y sus monumentos se han convertido en atractivos destinos, pero al mismo tiempo el precio de la vivienda en estas áreas centrales ha subido tanto que se ha vuelto inaccesible para sus ciudadanos, generalizando la gentrificación. Este es el dilema que va a marcar el futuro de las políticas públicas y urbanas: la promoción del turismo cultural de calidad o la turismofobia.