Con un lenguaje coloquial y honesto, Frida Cartas recuerda las escenas de su infancia en las que ella fue descubriendo y afirmando su identidad. A través de la memoria, narra cómo fue vivir en Mazatlán, dándose cuenta de que ella no quería ser un niño, como se suponía que tenía que ser, sino la reina del carnaval, la ama de casa, la esposa, la cuidadora del hogar.