CANSADO de quemar tus días en horario de trabajo, abrazas otra realidad posible; cuando dependes exclusivamente de alguien que jamás te supo valorar; cuando tres días sin dormir te llevan hasta donde nunca creías poder llegar; cuando cruzas la frontera en busca de fármacos; cuando un graznido corta la oscuridad, una carcajada rompe la noche, el gato saca las uñas y aparcas tu vida en doble fila; cuando tu obra se convierte en una extensión de ti mismo y abres día tras día el mismo buzón, siempre vacío. Cuando todo esto sucede, ha llegado el momento de poner todo en orden. La vida como condena es el nexo común de estas historias de precariedad, ostracismo, lastre, muerte y soledad con las que el autor denuncia el dolor, pero también reivindica el derecho a morir con las botas puestas y la cabeza bien alta. Porque a muchos solo les queda el placer, que lo es, de hacer mucho ruido.