No sabemos, por milagro y acierto de su autora, quién nos habla en este libro, ¿un grajo, una urraca, una pastora? Ni hace falta saberlo en realidad, que es lo más milagroso. Y por eso, el tipo de belleza que se realiza aquí, que queda realizada aquí, bajo la luz feroz de este Sol antiguo, de sabor y olor medievales, es del tipo de belleza que amedrenta al lector avezado —que es lo mismo que decir rendido— a las estéticas establecidas y preestablecidas por las modas y la desorientación.