Barcelona, noviembre de 1935. La Segunda República se encuentra en compulsivo apogeo. Federico García Lorca visita la ciudad, el mítico Paralelo aún no ha entrado en decadencia y los locales del Barrio Chino gozan de tal fama que aparecen en la prensa internacional, y se frecuentan tanto por obreros como por burgueses y aristócratas de toda Europa, ávidos de emociones. Será en este ambiente donde Tomás, un joven meritorio en un taller textil del Poblenou —barrio que se ha ganado el título del Mánchester catalán —, conocerá a Basilio, curtido y eterno aspirante a boxeador profesional que se gana la vida con los más diversos trabajos. Ambos vivirán una aventura contada desde su propia voz, la del pueblo llano, la de los currantes que se desloman de sol a sol por un escueto sueldo. Esta no es una historia sobre un señorito que da rienda suelta a sus fantasías con un inferior , ni una crónica del lumpen y los bajos fondos, sino el relato de personas sencillas que sobrellevaron sus sentimientos como les fue posible, en una época en la que su amor no constituía un delito, pero tampoco estaba socialmente acepta