En la coyuntura post 1989, el fin de un mundo cortado en dos fue saludado como el triunfo histórico definitivo de la democracia. La democracia triunfante se declaraba simplemente como el arte de lo posible. Y esta identificación se daba un nombre: el consenso. Sin embargo, los procesos identitarios tensaron dicho consenso. Así el pensamiento democrático se encuentra atrapado entre un "liberalismo" oficial, que ha vuelto a tomar a cuenta del mercado mundial la fe marxista en la necesidad económica y el sentido irreversible de la historia, y un catastrofismo intelectual que nos anuncia que la democracia es el mal secreto que arruina los principios mismos de la filiación y de la tradición humanas