Hablando del reparto de su película Cry Baby, John Waters dice de Iggy Pop, uno de sus protagonistas, que es «el abuelo de todo». Lo mismo podría afirmarse del propio Waters: todos le deben algo -y algunos, mucho-, desde Almodóvar hasta Paul Bartel, de Jonathan Demme a J. J. Beneix. Una leyenda de nuestro tiempo -a pesar de su relativa juventud-, su manera de mirar y desvelar el mundo en películas como Pink Flamingos, Female Trouble, Polyester o Hairspray nos ha hecho perder la inocencia para siempre, nos ha lanzado irremediablemente a los fascinantes abismos del mal gusto, nos ha convertido en adictos incontrolables al cursi flamígero. Pero John Waters, además, es un brillante escritor cómico. Sus colaboraciones en revistas como Rolling Stone y National Lampoon combinan el mejor humor americano tradicional con el inconfundible y desenfrenado «toque» Waters. En escritos tales como «Placeres culpables», «En la cárcel», «Por qué me gustan las Navidades», «Cómo hacerse famoso», «Cómo no hacer una película», por ejemplo, o los desternillantes inventarios de las «101 cosas que odio» o las «101 cosas que amo», se manifiesta una vez más el amor por lo desechable, por los restos de la cultura, por lo más popular y «degradado» que siente un autor que no duda en afirmar provocativamente: «No puedo evitarlo, me encanta la compañía de asesinos, violadores y exhibicionistas.»