Autora de una obra tardía y de honda esencia femenina, con la escritura de Los trescientos escalones Aguirre comenzó a explorar con fuerza la "naturalidad" en el decir, quizá debido a su incursión en un escenario por esencia intransferible: el de la memoria personal y la infancia. Esos primeros años vienen dictados por el miedo y también por el trauma de la guerra y sus secuelas, entre las que ocupa un lugar central la muerte del padre, el pintor Lorenzo Aguirre. El resultado es este libro ganador, en 1976, del Premio Ciudad de Irún.