Revestidas de una capa de alta tecnología, nuestras sociedades contemporáneas siguen inmersas en el proceso de industrialización acelerada que se inició hace dos siglos. Los problemas de la desposesión social creciente, la organización burocrática, el expolio de la naturaleza, la violencia y la represión, no sólo no se han resuelto, sino que se han agudizado hasta el punto de poner en duda la supervivencia de gran parte del mundo que conocemos.
La crítica de aquello que nos destruye está marcada, entonces, con las huellas de la destrucción. Ante la enormidad de las tareas por acometer, hay que evitar la tentación del atajo retórico, de la apelación en forma de letanía a una Revolución que de un solo golpe lo transformase todo, o la descripción de un origen puro y perfectamente armónico del que nos hemos apartado y al que será posible regresar simplemente con desearlo.
Es necesario reconocer primero los límites de la conciencia para intentar establecer los límites al desarrollo de unas sociedades tecnológicas que caminan, sonámbulas, hacia el desastre.