La obra rescata estos cantes tan significativos y los dignifica como se hizo antaño con algunos palos del flamenco y otras vertientes folclóricas. Unos estilos que Antonio Alcántara ha recuperado y los presenta a la sociedad, para que no se pierdan jamás y pervivan en la memoria colectiva porque un pueblo que da la espalda a su cultura popular corre el riesgo de sumergirse en la ignorancia. El autor bucea en las raíces sociales, penetra en la identidad del pueblo torrecampeño, surca la memoria colectiva para que no se seque esa gran semilla de los cantes de laboreo y se pueda seguir nutriendo la savia de este manojo de estilos venustos y vetustos que aportan muchos frutos a la cultura andaluza. Un patrimonio que se debe seguir labrando con esmero, cultivando con el mismo tesón con el que abrían los surcos esos agricultores curtidos, que regaban con su sudor las gavillas de trigo, unos héroes anónimos a los que Antonio Alcántara rinde un sentido homenaje y merecido reconocimiento con su ímproba labor de restitución histórica y cultural.