Daniel hace tiempo que se extravió en su adicción a los medicamentos y en el desánimo. Claude aún cree que trabajando duro se puede llegar a algo. Los dos viven en Bruselas y se dedican a vaciar casas de personas fallecidas, la mayoría sin familiares o de hogares tan pobres que nadie quiere hacerse cargo de la mudanza. Kasongo fue alguien en su país, pero aquí está cojo, es pobre y ha perdido su amuleto de la suerte. Chantal es una madre soltera agotada, cargada de responsabilidades, harta de su vida precaria y de carecer de futuro, también para su niña. Hasta que Daniel encuentra en una casa que les toca vaciar, por una vez la casa de un rico, unas fotos comprometedoras relacionadas con el pasado colonial de Bélgica. Empieza entonces un intento de chantaje necesariamente chapucero en el que los participantes son unos aficionados y tienen que ir aprendiendo todo sobre la marcha; por ejemplo, ¿dónde se compra una pistola? Los chantajeados -el banquero Lebeaux y su factótum Degand-, en cambio, saben desenvolverse perfectamente en el mundo de las finanzas y en el del crimen, que, al fin y al cabo, no suelen estar tan alejados. Una novela que narra el encuentro de dos mundos que por lo general nunca se tocan e indaga en el pasado -y el presente- violento sobre el que se asienta nuestro precario bienestar.