Cuando Benno Aladjem decide poner sus recuerdos sobre el papel, tiene la sensación —y no es el primero en la historia ni será el último que la comparte— de que la vida pasa volando. Que todo ha sucedido muy deprisa. Cuando nosotros, como lectores, vamos pasando las páginas del libro de su vida no necesariamente participamos de este sentimiento de aceleración y de brevedad del tiempo. Pero sí que la lectura de estos recuerdos se nos pasa volando, porque su habilidad y sinceridad como narrador consigue que la memoria fluya con naturalidad, de una manera aparentemente sencilla, sin grandes pretensiones, como cuando un abuelo habla a sus nietos, que le escuchan con curiosidad y atención (aunque no siempre lo parezca). El libro es ameno y está alejado de ostentaciones retóricas, es ordenado y preciso, con el dramatismo justo que va asociado a muchos de los hechos que se cuentan, pero también con la mirada afable y teñida de humor y a veces de socarronería implícita en el carácter del narrador. (…) Es una vida que resume lo que ha sido un siglo terrible y extraordinario de acontecimientos extremos. Una vida que se mueve no sólo por el tiempo, sino también por el espacio: Bulgaria, Tel Aviv, Barcelona, Francia… Nos ilustra, como quien no quiere la cosa, sobre unos tiempos convulsos en los que la vida intenta y consigue hacerse paso, superar y olvidar la convulsión.