«Llegaron a España las guerras
culturales, conflictos en torno a derechos civiles y representación de
colectivos que situaban lo problemático no en lo económico o lo laboral y mucho
menos en lo estructural, sino en campos meramente simbólicos. El matrimonio
homosexual, la memoria histórica, el lenguaje de género o la educación para la
ciudadanía empezaron a copar portadas de los medios y a crear polémica.¿Estamos afirmando que los
ejemplos mencionados carecen de importancia? En absoluto. Es importante que un
grupo social pueda tener los mismos derechos civiles que el resto o reconocer
desde las instituciones nuestra historia y la dignidad de los republicanos
olvidados. Lo que decimos es que estos conflictos culturales tenían un valor
simbólico en tanto que permitían a un gobierno que hacía políticas de derechas
en lo económico validar frente a sus votantes su carácter progresista al
embarcarse en estas cuestiones.»Extraña
paradoja la que plantea este libro: ¿son los sistemas de privilegios,
opresiones y revisiones una forma efectiva de enfrentarse a la desigualdad?; ¿dónde
quedó, entonces, el conflicto capital-trabajo? Sin embargo, debemos dar una
respuesta urgente a estas preguntas, si no queremos que la fuerza de lo
colectivo se acabe diluyendo en el irremediable individualismo de lo
identitario.En un mundo
donde lo ideológico se ha convertido en una coartada para afirmar nuestra
personalidad aislada, el activismo se esfuerza en buscar las palabras adecuadas
para marcar la diversidad, creando un entorno respetuoso con nuestras
diferencias mientras el sistema nos arroja por la borda de la Historia. Ya no
se busca un gran relato que una a personas diferentes en un objetivo común,
sino exagerar nuestras especificidades para colmar la angustia de un presente
sin identidad de clase.Ha llegado el
momento de tener unas palabras con la trampa de la diversidad