La señora Bovary, que hoy presentamos en una nueva traducción de María Teresa Gallego Urrutia, defendida en su día por Baudelaire y Sainte-Beuve («Flaubert maneja la pluma como otros el escalpelo»), reivindicada por Zola y el naturalismo, rescatada por Sartre y los autores del nouveau roman, admirada por Nabókov por su «incomparable imaginación plástica», es aún hoy un modelo central de lo que debe y no debe ser una novela.
«Yo celebro que Emma Bovary -ha escrito Vargas Llosa- en vez de sofocar sus sentidos tratara de colmarlos, que no tuviera escrúpulo en confundir el cul y el coeur, que, de hecho, son parientes cercanos, y que fuera capaz de creer que la luna existía para alumbrar su alcoba.»