Cruzada la frontera de los cincuenta años, con la imagen de la muerte delante y con la guerra rozándole los talones, Jean Cocteau ha llegado a la conclusión de que «la comedia está ya muy avanzada». <em>La dificultad de ser </em>es el ajuste de cuentas que Cocteau hace consigo mismo, con el yo que fue en la época del esplendor social y con el yo que es en las angustias del presente. El autor de <em>La sangre de un poeta </em>escribe<em> La dificultad de ser </em>mientras rueda<em> La bella y la bestia</em>. Al ensalmo de esa joya del cine, el pasado emerge de un mar de sombras para acabar dando a luz un singular libro de memorias, donde las reflexiones morales se combinan con las literarias, y las unas y las otras con la evocación de personajes –Apollinaire, Max Jacob, Jean Genet y tantos otros– del mundo del arte y la literatura. En ocasiones –es el caso de Marcel Proust y de Nijinsky–, se diría que Cocteau nos los hace ver a través del ojo de la cerradura, sin que por ello se amortigüe el clima de ensimismado dramatismo que envuelve la obra, y nos muestra un Cocteau poco conocido, que trata del dolor, la amistad y la muerte, de la frivolidad y el gobierno del alma, como si estuviera redactando su <em>De profundis</em>.