Un experimento científico demuestra que el choque violento con la realidad es mejor que el lento aparecer de la catástrofe. Se puede repetir en casa, aunque no lo recomiendo ni lo aliento porque aborrezco la crueldad con los animales. Se necesitan dos ranas, sendas ollas y una fuente de calor. Se pone a calentar el agua, una de ellas con una rana adentro. Mientras la temperatura sube, el animal sumergido se adapta progresivamente. Cuando el agua hierve, el pobre bicho muere. En el otro recipiente la historia es distinta: arrojada súbitamente al líquido hirviente, apenas tocarlo la rana salta, con quemaduras, pero viva. La analogía con la actual crisis mundial es pertinente. El mundo estalla en cuotas, por partes, poco a poco. Como en el experimento, la población mundial viene adaptándose, desde los años ochenta, a transformaciones de la vida social que tienen como consecuencia necesaria muerte, dolor y miseria. No se trata de que no exista resistencia al proceso en marcha, sino de que esa valiente actitud no parece ir acompañada de una alternativa real.
Es convicción del autor de estas páginas que no puede cambiarse el mundo si no se lo comprende. A ello está dedicado este libro, que espera ser un insumo útil a quienes no se resignan a pensar que una mañana de estas el sol pueda salir para alumbrar rostros felices, para disipar las brumas del estancamiento y la derrota. Para inaugurar un futuro mejor y, por qué no, parir en tierra ese cielo que hoy parece tan lejos.