Madrid, verano de 2017. Un repartidor de Glovo me pregunta si sé cómo hay que hacer para alquilar una bicicleta pública de BiciMAD. Tras ayudarle, recorro con la mía las calles de Malasaña rumbo a casa después trabajar. Hoy estoy jodido. Han denegado la ayuda que solicitamos para financiar el proyecto de I+D+i de una startup porque no tienen solvencia. Hace buen tiempo y he salido pronto. Decido volver con calma. Advierto en el camino que hay negocios que no estaban la anterior vez que me fijé en los comercios del barrio. Todos somos emprendedores. Los dueños del comercio que cierra y los de la tienda moderna que abre; los franquiciados del Carrefour Express; el repartidor, que es autónomo; las chicas de la startup, que tendrán que buscar por otro lado la financiación, y yo, que soy socio de una microempresa. Dicen que somos el motor del país, un ejemplo a seguir, el futuro. ¿De dónde sale este mensaje? ¿Quién lo difunde? ¿A quién le interesa? Pienso en nuestros destinos, nuestro día a día y nuestros derechos y me pregunto si más que emprendedores, ¿no somos todos trabajadores? Si lo somos, ¿quién se acuerda de aquello que llamábamos clase trabajadora?