El 16 de octubre de 1978, durante las celebraciones del 70º aniversario de Enver Hoxha, gran dirigente del Partido del Trabajo de Albania, un diluvio nada propiciatorio destiñe la pintura roja de pancartas y banderolas con las consignas dedicadas al día jubilar, inundando Tirana con un reguero de agua mezclada con la sangre de los mártires de la revolución comunista albanesa. Este hecho aparentemente intrascendente, sumado a la elección ese mismo día del nuevo papa de Roma, el cardenal polaco Karol Józef Wojtyla, es visto por los Servicios de Seguridad del Estado como un complot disfrazado de casualidad, como un sabotaje en plena línea de flotación de la guerra ideológica, coincidiendo justamente con la ruptura con la República Popular China. La orwelliana maquinaria de represión que los órganos competentes, en un rapto de patetismo revolucionario, ponen en funcionamiento para desenmascarar y castigar al enemigo interno, encuentra su cabeza de turco perfecta en uno de los trabajadores de la empresa de decoración del espacio público de la ciudad: el pintor Edmond/Sulejman, desclasado descendiente de una fami