La escritura nómada y heterodoxa de Leonardo Valencia adquiere en este libro su expresión más íntima y decantada. Empleando un detonante narrativo de sencillez aparente, la novela despliega todo un mapa de alusiones sutiles a la pintura y la literatura que prescinden de la trama para ahondar en las líneas de tensión estética sobre las que se asienta buena parte de la ficción contemporánea.
Un pintor alemán afincado en Ecuador, el señor Peer, encomienda a Kazbek una carpeta de dibujos inspirados en los quiméricos «bichos» que habrían poblado el interior de un volcán, animándole a que los complete con una serie de textos de su propio cuño y a que restrinja a cambio su extensión y su forma a fin de contenerlos en un «Libro de pequeño formato». Atrapado en una vida real que no le ha permitido edificar hasta
ahora una obra alineada con los gruesos volúmenes de su biblioteca, Kazbek, quien pese a todo aspira a abordar algún día la historia de su amigo Dacal, se verá así contravenido en su empeño, consumido por las vacilaciones frente a la escritura al
tiempo que estimulado por el diálogo con el viejo maestro.
Narrador con mirada de pintor, Valencia deposita en esta novela algunos de los planteamientos más luminosos que se hayan escrito nunca sobre los límites y posibilidades de la ficción. A su publicación, justamente podrían aplicársele las palabras que Joris-Karl Huysmans dedicó a la aparición de Paludes, de André Gide: «A partir de ella, está todo por hacer».