Última novela y testamento espiritual de Karin Boye antes de su suicidio en 1941, esta obra maestra es el reflejo aterrador de una simbiosis entre sus experiencias personales y sus angustias por la deriva del equilibrio mundial. A su atormentada vida privada (cuestionamientos metafísicos, descubrimiento de su sexualidad, fracaso de su matrimonio), se suma su preocupación por el auge de los totalitarismos. La gravedad de la situación le inspira, al amparo de esta distopía, una crítica radical a estos regímenes en la línea de Nosotros de Yevgueni Zamiatin, Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell; el resultado es una novela soberbia en su compromiso ético, visionaria y representativa de una de las páginas más oscuras de la humanidad.
La acción tiene lugar en la ciudad subterránea de un Estado policial imaginario. Sus habitantes son vigilados constantemente por ojos y micrófonos, despojados así de toda privacidad. El protagonista Leo Kall, químico hasta entonces fiel partidario del régimen, orgulloso de haber perfeccionado un suero de la verdad, la kallocaína, se niega al principio a admitir que su invento robará a los hombres su último espacio de libertad, pero luego se dejará vencer por la duda. Le perturban los experimentos realizados con sus conmílites, incluida su esposa, sobre todo cuando la Policía comienza a usar su descubrimiento para la persecución de los delitos mentales.