«El mundo moderno es hegeliano». «Es marxista». «Es nietzscheano». Ninguna de estas proposiciones tiene en sí mismas trazas de ser una paradoja. Pero el triple enunciado, «El mundo moderno es hegeliano, marxista y nietzscheano», tiene algo intolerablemente perturbador. ¿Cómo puede este mundo moderno ser a la vez eso, esto y aquello? ¿De qué forma puede responder a doctrinas diversas, opuestas en más de un punto, incluso incompatibles? Si el mundo moderno «es» a un tiempo eso, esto y aquello, lo es porque estamos ante ideologías que planean sobre la práctica social y política. Si esta triplicidad tiene sentido, quiere decir que cada uno de los autores estudiados (Hegel, Marx, Nietzsche) ha captado «algo» del mundo moderno, algo a punto de formarse y que germinó desde el final del siglo XIX hasta el presente.
Si es cierto que el pensamiento hegeliano se concentra en un concepto, el Estado; si es cierto que el pensamiento marxista insiste en lo social y la sociedad; y si es cierto, por último, que Nietzsche ha meditado sobre la civilización y los valores, la paradoja permite vislumbrar un sentido que hay que descubrir: una determinación triple del mundo moderno, que implica conflictos múltiples y, quizá, inacabables en el seno de nuestra realidad.