La lucha era cuerpo a cuerpo, a puñaladas pero también con la star. Cada semana, explosiones y tiroteos. En los barrios bajos, auténticos abismos en las ciudades de todo el país, se consumía morfina y se apuraba la noche en cabarets y tabernas para la gente de «mal vivir», como el travesti y misterioso anarquista Flor de Otoño, que compartía su copa de vino con matones, apaches y agentes del hampa, mientras no pasaba semana en que no se hablase de la inminencia de un levantamiento o de una insurrección armada. Los periodistas, muchos de ellos disfrazados de delincuentes, se mezclaban entre las huestes del «Ejército del crimen» para luego contar lo vivido. La bofia había declarado la guerra al crimen, pero por ahora perdía la partida....