En el último Foucault -me refiero a sus cinco últimos seminarios publicados- convergen las líneas de su reflexión. Es aquí donde acomete de modo explícito su tarea como filósofo, tal como él la entiende. Más que la metafísica platónica que ha dado lugar a las tradiciones ontológicas de la filosofía, le interesa la filosofía como interpelación de lo real en relación a circunstancias políticas concretas y opciones personales de vida. Es en los seminarios últimos dictados en el Collège de France donde viene a hacer explícito el ethos que subyace a su obra, desde Historia de la locura, hasta Historia de la sexualidad, pasando por la investigación de las epistemes en Las palabras y las cosas y por su investigación de los regímenes carcelarios en Vigilar y castigar. Al fin de su reflexión y de su vida, Foucault enfoca la consistencia de su empresa. Pero no se vuelve a examinar lo ya investigado, los regímenes de subjetivación, sino que continúa, a toda velocidad, parece, como si el término de una vida, la suya, fuese al mismo tiempo su cúspide. Se encomienda a Sócrates con unas palabras del latín de la Iglesia: salvate animam meam, 'salva mi alma'. Está siempre atareado por salvarse, aunque salvación aquí no tiene ningún sentido teológico o metafísico. Salvación es para él una forma vacía que encuadra sus actividades, sus prácticas, y esas prácticas mismas de examen crítico y de integridad de conducta lo van salvando día a día.