El maestro y amigo de Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts, 1817-1862), Ralph Waldo Emerson, dijo que los libros están por escribir y que la naturaleza está por describir. Seguramente a Thoreau -"maestro de escuela, tutor privado, agrimensor, jardinero, granjero, pintor (de casas), carpintero, albañil, jornalero, fabricante de lápices y de papel de lija, escritor y, a veces, poetastro"- que fue alumno de la Universidad de Harvard, donde Emerson pronunció su conferencia sobre ‘The American Scholar' (El escolar americano), no le hizo falta oír esa provocación para llevar a cabo su obra, en cuyos títulos (A Week on the Concord and Merrimack Rivers, 1849, Walden, 1854, The Maine Woods, 1864, Cape Cod, 1865) salta a la vista el protagonismo de la naturaleza y en cuyas páginas el arte de escribir ocupa la posición privilegiada que fue adquiriendo en su Diario (1837-1861). El Diario de Thoreau era la materia prima de la que extraería sus textos acabados, pero es probable que a su autor le satisficiera especialmente esa huella reciente, o arte en bruto, de la que hemos extraído en su mayor parte, como si fueran gemas, los fragmentos que componen la antología de Escribir. Éstos son, literal y figuradamente, los reflejos de un esfuerzo permanente por registrar los "momentos sinceros" de su vida y su pensamiento, y forman, por así decirlo, un yacimiento de lo más precioso de cuanto Thoreau quiso decir: algo capaz de despertar en el lector la conciencia de lo que significa ser una criatura adyacente a la naturaleza y la lengua.