Los días se suceden con aparente calma en una estancia del campo argentino. En torno a la mesa, la familia de Nefer, protagonista adolescente de Enero, conversa sobre la hacienda y la feria bovina, pero Nefer no escucha; presa de la angustia y ajena a lo que la rodea, guarda un secreto que, como un hongo negro y creciente, la consume: tras ser violada por un trabajador local, ha quedado embarazada. Pronto llegará la cosecha, y para entonces ya nada tendrá remedio.
Enero, la primera novela de Sara Gallardo, fue publicada en 1958, cuando su autora tenía veintisiete años. Leída en su momento como un relato rural, tuvieron que pasar muchos años antes de que se la reivindicara y fuera recuperada por autoras y autores muy distintos —desde Selva Almada, Samanta Schweblin o Claudia Piñeiro hasta Ricardo Piglia, Pedro Mairal o Patricio Pron— que encontraron en su figura un referente literario. En Enero, Gallardo subvierte y rebasa la tradición literaria rural argentina y su visión utópica del campo. Aquí, los patrones son los dueños de los cuerpos de los jornaleros, a los que amparan y a la vez subyugan, y la estancia se revela como una estructura opresora.