Hay música que se escuchó y ya no se puede recuperar porque sus manuscritos se perdieron en la historia: no sobrevivieron a la guerra, al fuego o al pudor intolerable.
Sin embargo, podemos rastrear la admiración y el asombro de quienes fueron testigos y dejaron una crónica, un inventario en un palacio, una miniatura de la copia de una copia de un papel arrancado...
Ahí están el tratado de música de Sor Juana, los ciclos anuales de cantatas de Erlebach, la música perdida en la guerra civil española, la misa cuádruple para la solemne consagración de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, obras que no conoceremos jamás.
De alguna manera, esta es también la historia de la fragilidad, de la expresión inasible del tiempo, porque toda la música es y siempre ha sido el eco de lo que ya no existe.