'En vez de querer ser algo a toda costa --pertenecer a una patria, a una tradición, reconocerse en una clase, en un nombre, en una posición social--, tal vez hoy en día no pueda haber más orgullo legítimo que el de reconocerse como nada, como menos que nada, fruto misterioso de la contingencia, producto de combinaciones inextricables que igualan todo lo viviente en la misma presencia fugitiva y azarosa. El primer paso para penetrar nuestra verdadera identidad consiste justamente en admitir que, a la luz de la reflexión y, por qué no, también de la piedad, ninguna identidad afirmativa es posible'. En un tratado --sin embargo feliz-- sobre esa categoría ontológica que es la argentinidad, encontrar en la escritura natural y virtuosa de Saer tantos registros: la imaginación del vacío primigenio del estuario del Río de la Plata como espejo del miedo y la perseverancia humanas; el extrañamiento paciente identificado como terapia frente a los nacionalismos y sus sacerdotes; o, por qué no, la prescripción del lenguaje como hogar y lumbre: 'Un general, jefe de un distrito militar, se pronunció contra el psicoanálisis, la teoría de la relatividad, las matemáticas modernas y el arte abstracto; como se podrá imaginar, la toponimia, la nomenclatura de las calles, no tienen nada de eterno para quien está dispuesto a cambiar el nombre y el valor de la moneda y a anular retrospectivamente la vigencia de la geometría no euclidiana'.