Nuestra época resulta fértil en mitos. La Gran Singularidad, el crecimiento exponencial, el narcisismo o la viralidad podrían ser algunos de los más relevantes. La escisión entre el mundo de las cosas y de las personas, entre la tecnología y la sociedad, resulta sólo aparente. La transparencia podría ser la ideología predominante en nuestro tiempo, la piedra de Rosetta que sirviese para traducir las dinámicas a las que obedecen esos continentes aparentemente desconectados. Las tecnologías de la información y sus inmediatas consecuencias, las redes sociales, las plataformas de entretenimiento, la Inteligencia Artificial y el big data suponen una revisión y un cambio en el modo en el que entendemos aquello que nos rodea, en nuestra comprensión y uso del tiempo, así como en la manera en la que nos vemos a nosotros mismos. Asistimos, cautivados y temerosos a un tiempo, a las modificaciones que se producen en el ámbito de la educación, la política, el sexo, la sociología o la psicología. Ni siquiera el inconsciente queda a salvo de estas tecnologías que parecen apropiarse de lo más íntimo: nuestro deseo. Si el