En fecundo diálogo con brillantes pensadores de nuestra época ‹como Adorno, Foucault, Levinas y Laplanche‹, esta obra renueva de manera fundamental la práctica ética, reafirmando con inusitado vigor que la reflexión moral no debe ser considerada fuera del contexto social y político en el cual se formula. Si bien la filosofía moral tiene una tendencia natural a idealizar el sujeto moral, confiriéndole, con demasiada ligereza quizás, una autonomía que supone inherente a él, importa contrarrestar esta tendencia tomando como punto de partida la experiencia intransferible del carácter relacional de cada vida. Ninguna vida podría referirse a sí misma y llegar a construir el relato adecuado de su desenvolvimiento, así como tampoco hablar de su emergencia en el mundo. Lo que se sustrae a ella no son solamente las condiciones de su nacimiento y de su desarrollo, sino también las formas sociales que permiten leerla. El reconocimiento de sí mismo por uno mismo es incompleto. Situado en el relato de los otros, está asediado por las formas de justificación que de allí provienen, y acaban por hacer imposible todo procedimiento de reconocimiento.
La relación al otro deviene constitutiva de la relación imposible a sí mismo.
Es en ese contexto de desposesión que resulta urgente, según la autora, proceder a una indagación sobre las condiciones de posibilidad de una relación moral a sí mismo y a los otros, que no haga violencia a ese contexto sino que, por el contrario, lo tome en consideración. Debemos aceptar que la ética es violenta desde el momento en que ella se arroga el derecho de sobrepasar los contextos singulares en los cuales se encuentran ubicadas las existencias para formular prescripciones universales.