Cuando estaba por terminar de escribir, leí a Lyotard y encontré un párrafo que sintetiza en unas pocas líneas las preocupaciones de este libro: «Boileau toma así el mismo partido que el padre Bouhours en 1671, cuando declaraba que el respeto de las reglas es insuficiente para obtener una obra bella, que además es preciso un no sé qué también llamado genio que es “incomprensible e inexplicable”, un “don del cielo”, esencialmente “oculto” y solo reconocible por sus “efectos” sobre el destinatario». Y pensé: estoy discutiendo con los vestigios de lo indecible del siglo XVII. Y seguí escribiendo.