Un abuelo interrumpe la plácida lectura del periódico
para contarle a su nieta un cuento que, no por más clásico,
le resulta menos difícil de narrar. ¿Desconocimiento? En absoluto.
El abuelo consigue que sea la niña la que realmente reproduzca
el cuento, corrigiendo los gazapos que deliberadamente comete
porque, ‘confundiendo historias’ es como el enredo se convierte
en un provechoso recurso expresivo. Esta peculiar visión
de Caperucita, ideal para ser contada, es un juego de humor
para el lector y, para los contadores de cuentos, toda una lección
-útil y sencilla- sobre cómo sentir la emoción vibrante del público
infantil y lanzarles un irresistible anzuelo ante el voraz apetito
de su imaginación, para mantener su atención alerta.