Es amargo ser huérfano
teniendo padre y madre. Amargo vivir
de la caridad y el desprecio de los más allegados.
Es amargo el día y es amarga la noche,
amargos los sueños, las derrotas,
las victorias. Y qué sabor tendrá, si no amargo,
el plato que le ponen delante como por descuido.
Tanto dolor le rompe a uno el corazón, peor aún:
no lo rompe,
lo oprime, lo aplasta, sin llegar jamás a romperlo.
Aunque jure que un día no necesitará a nadie,
que será el más fuerte, el más rico,
incluso el más bueno,
allí continúa esa baba amarga,
envolviendo su lengua como un vendaje.
Henry Morton Stanley sería siempre un hombre frugal.