En Belfondo el tiempo se detuvo hace mucho. Es un pueblo aislado y misterioso en el que el amo controla los destinos de todos sus habitantes: su fábrica les da trabajo y él les dice en qué emplear el tiempo. Es el dueño del pueblo y de cuanto lo rodea, y su palabra es ley. Los habitantes de Belfondo nunca han conocido otra cosa. Su universo entero es ese trozo de mundo del que nadie ha salido jamás. En él encontramos figuras como la de Arcadio, el maestro, obligado por el amo a enseñar a leer y escribir a todo el pueblo, quieran o no; Horacio, el enterrador, que tiene como tarea escribir los epitafios de todos los habitantes del pueblo para tenerlos a punto el día que mueran; Beremunda, la veinte pesetas, la única prostituta del pueblo, tan amada por los hombres como odiada por sus mujeres y Dositeo, su hermano, quien la ama en secreto.
Sus vidas son pequeñas historias que, al juntarse, crean una realidad inquietante y extraña donde todo se esconde y se dice en voz baja. Un lugar donde el cura es un hombre ciego y Dios una mujer de carne y hueso. Una realidad al margen del mundo sostenida en un precario equilibrio que se vendrá abajo cuando algunos empiecen a hacerse preguntas.