En una Venecia onírica, se consumen los últimos días de la vida de un músico y los jirones de una historia de amor carcomida por el abandono, el resentimiento y el arrepentimiento: un hombre, condenado a muerte por una enfermedad incurable, vuelve a encontrar a la mujer que lo dejó ocho años antes, tras un amor intenso y dañino por igual. Magistralmente contada, la historia se concentra en el reencuentro desesperado entre dos seres que, si bien se aman todavía, no pierden ocasión de herirse mutuamente, de castigarse, para dar vida a un juego absurdo de laceraciones morales.
Antes guion cinematográfico, luego texto teatral y finalmente novela, Berto empezó a trabajar en Anónimo veneciano tras el éxito arrollador de El mal oscuro. Inicialmente empujado más por razones «gastronómicas», como diría Brecht, que por una real inspiración, el autor acabó obsesionándose con este texto, hasta convertirlo en una auténtica joya, una pequeña obra maestra que cautivó a la crítica y al público por la sabiduría compositiva, la fluidez de los diálogos, el poder evocativo de la ambientación y una melancolía aterciopelada y envolvente como la niebla de Venecia.
A la par de un refinado coreógrafo, Berto escenifica, en este texto que no concede nada al optimismo y al moralismo, la eterna e hipnótica danza entre Eros y Tánatos.