Alice Guy ha sido durante demasiado tiempo un espectro, un pilar invisible de la historia de la cinematografía. Hoy sabemos que, en realidad, compitió por ser la primera persona en crear narración audiovisual, que fue una pionera de renombre en la industria primitiva del cine y, sobre todo, que su producción esconde irreverencias y hallazgos hasta ahora desconocidos. De entre las pocas piezas que conservamos, y a la espera de que sigan apareciendo nuevas obras en trasteros y desguaces (ese es un cajón aún sin cerrar de la historia), emanan con claridad algunas obsesiones: la sensibilidad por el papel de la mujer en el mundo, el cuestionamiento de la autoridad, el travestismo o la crítica a la tradición son algunas de ellas.
Alice Guy, la cineasta rebelde, tuvo una vida complicada y una carrera prodigiosa enterrada en el olvido durante más de cien años. Recuperar su memoria, ese lugar del que no hay exilio posible, es hacer una suerte de reparación. Además, su legado nos enriquece y, sometido a las ambigüedades propias de cualquier gran creador, nos obliga a cuestionarnos. El presente vertiginoso de las redes sociales, la realidad líquida que nos rodea y nuestro ánimo necesitan parar y volver la vista atrás. Qué mejor modo de hacerlo que con esta directora universal de los albores del cine.