A Álvaro Ortiz le gusta viajar y dibujar. Solo, con amigos, en pareja, como autor de cómic invitado a dar una charla o como festivalero ansioso de buena música, ha recorrido ciudades grandes y pequeñas, pueblos cercanos y países lejanos, lugares recónditos, grises o exóticos. Con su cuaderno debajo del brazo, ha ido garabateando, apuntando y documentando cada viaje, desde Estados Unidos a Camerún, pasando por España, Francia, Canadá, Kenia, Turquía, Noruega, Suecia, México, Argel, Marruecos, Portugal o Italia.
"A principios de 2010 -apunta el autor- me tomé un mes sabático (unos se toman un año, pero a mí sólo me daba para un mes). Fui a la costa este de Estados Unidos y me llevé unos cuadernos donde dibujar y anotar lo que iba viendo. En algún viaje anterior había hecho algunos aburridos dibujos de edificios, pero ésta fue la primera vez que empecé a dibujar también a las personas con las que me cruzaba, paisajes, cuadros... y anotar qué era qué. En definitiva, llevar un diario de viaje. Nada que no se hubiera hecho antes mil veces. Hasta hoy he continuado rellenando esos cuadernos durante mis viajes, muchos de los cuales están relacionados con el hecho de dedicarme al cómic y a la ilustración".
Los dibujos de Álvaro Ortiz, hechos del natural, directamente a tinta, de manera rápida y espontánea, aparte de documentar estos viajes vinculados a su profesión, revelan una faceta del autor maño que ya se intuía en sus cómics anteriores: una curiosidad insaciable, el gusto por la música y sobre todo la importancia de los buenos amigos. Al igual que los personajes de Cenizas (Astiberri, 2012) o Dos holandeses en Nápoles (Astiberri, 2016), Álvaro nos invita a tomarnos unas cervezas y a explorar.